Una de piratas
El 7 de julio de 1730, Olivier Levasseur “el halcón”, uno de los más grandes piratas del índico se enfrentaba en la isla de Reunión a la pena de muerte.
La plaza estaba abarrotada como cada vez que algún desgraciado se disponía a bailar en la horca. Jaques, un niño de 8 años, situado en primera fila, esperaba ansioso el momento de verle por primera vez la cara a la muerte.
Cuando la soga se cirnió sobre el cuello del reo, la plaza enmudeció y solo el leve rumor de las olas hizo que el silencio no fuese absoluto. En ese último momento, Levasseur sacó un manuscrito que escondía bajo sus ropas y lanzó su reto arrojándolo a sus pies: Mes trésors à qui saura comprendre! (!mis tesoros a quien lo comprenda¡). Unos segundos más tarde, el cuerpo del halcón se convulsionaba en el aire en una danza macabra. Jacques quedó profundamente impresionado por aquella visión y pudo ver, sobre el patíbulo, aquel documento lleno de extraños símbolos.
El criptograma de Levasseur pronto fue descifrado, aunque el resultado no fue más que un texto tan oscuro como las entrañas del pirata.
Jacques fue grumete de un mercante a los 12 años, y a los 17 ya era un curtido marinero. Una copia del criptograma del Halcón siempre andaba guardado bajo la manga de su camisa y el sueño de buscar aquel tesoro rondaba por su cabeza día y noche. El tiempo y la suerte jugó varias veces a su favor de tal manera que con sólo 25 años ya era capitán y 10 años más tarde, a base de mercadear por los siete mares, ya contaba con su propio navío y tres argollas en su oreja daban fe de su paso por el temido cabo de Hornos. Una vez que su situación financiera se lo permitió, puso rumbo al índico para dedicarse en exclusiva a la búsqueda de su sueño. Recorrió en su nave “La Intrépida” todas las costas de aquél océano. El mar de Andamán, el Arábigo, los golfos de Bengala, de Aden, de Omán, las islas Seychelles, Madagascar, las Comores, las Maldivas, las innumerables islas de la costa occidental Indonesia. Cada nuevo destino, una nueva pista velada, un indicio, una sombra del paso de Leasseaur. Los Inviernos, los tifones y las tormentas fueron curtiendo su piel y endureciendo su semblante de lobo de mar año tras año Y año tras año buscó una tras otra las esquivas pistas que su intuición le daban sobre el paradero de aquel tesoro inmenso del más grande de los piratas de aquellos mares.
Fue en un día soleado. Jacques, que ya contaba 68 inviernos, se encontraba frente al timón de su preciado barco con su vista perdida en algún punto entre la proa y el inmenso océano, mecido suavemente por las olas, acariciado su rostro por el viento que ondeaba en su blanca melena y se enredaba entre sus barbas y escuchando el gemido leve de la madera y el crujir lejano de alguna maroma. La paz que sentía en ese momento le provocó un estallido repentino de júbilo y entonces, comprendió.
Bajó apresuradamente a su camarote y miró al espejo frente al que en otros tiempos rasuraba su barba. Se observó detenidamente, con curiosidad, como si mirara a un extraño. Allí había un marinero, un aventurero, un cazador de sueños. Una sonrisa de triunfo se dibujó en su rostro. –Ya encontré tu tesoro, viejo bribón, lo tengo frente al espejo-dijo entre carcajadas –Tu tesoro no es más que esta vida que me has dado, tu tesoro no era más que la búsqueda-.
Ese día Jacques escribió en su bitácora de a bordo:
Hoy me he dado por vencido. No encontré el tesoro del Halcón por más que lo he buscado. Mi bendición y mis mejores deseos para todo aquel que lo busque.
Que los vientos le sean propicios.
Jacques Laffite
20 de julio de 1790
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